EDUARDO MARCO
Gazeta del Arte
Madrid, 15 de diciembre de 1973
Treinta y cuatro óleos -algunos de buen formato, 116 X 89- constituyen una buena "salida a Madrid". Manuel García Linares, asturiano de nación y residencia, lo que ha hecho realmente ha sido traernos Navelgas a Madrid, el pueblo del que vive afectivamente. Y, de paso, nos ha traído también a sus gentes. campesinos doblados sobre la tierra, mujeres enquistadas en el paisaje, buenas gentes casi cuarteadas por la intemperie y el trabajo. Un clima húmedo, de luz grisácea y verdes agónicos impregna el aire el aire en que se contemplan sus obras. Si el paisaje es una proyección del alma, lo es de la manera más invariable para Linares. Un paisaje como claustro triste y encadenante.
Si el catálogo no ofreciera datos, hubiéramos averiguado igualmente su juventud, y no por torpeza del pincel, sino por una indefinida, titubeante, actitud creadora. Justo de color, sabio en el procedimiento, apunta, sin embargo, en direcciones dispares. Por un lado su expresionismo inmediato, no despegado apenas de su soporte real. De otro, su realismo poético -no en vano escribe poemas-, deshecho demasiado voluntariamente en manchas convencionales a veces. Sombrío, humano, un tanto cerebral, impaciente por expresar todo cuanto ha sentido dentro, da la impresión de que su pintura pretende ser un lenguaje de ideas, de solidaridades, de compromisos hondamente sentidos, cuando se halla muy cerca de emprender el camino de la profecía visual, de la emoción sensitiva.
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