LUCIANO CASTAÑÓN
Gazeta de Arte
Madrid, abril de 1974
En la última exposición de Linares en Asturias se advierten ahora, en las celebradas conjuntamente en Oviedo, dos diferenciadoras características fundamentales: el empleo de tonalidades más claras y una activa simplificación. Aclara su paleta en el sentido de quitarle lo sombrío o deprimente q ue antes acusaba. Continúa siendo básico para el empleo del azul pero ahora conjugado con otros colores -rojos y verdes en especial- que enriquecen cromáticamente sus cuadros. Es evidente también la simplificación de formas -que siempre tendió y lo que pretende acentuar-, convirtiendo los paisajes en aurorales franjas que a veces aparentan colores planos. Una simplificación de color y de forma acusada por Linares, aunque sin llegar a elementalidades perjudiciales por ingénuas.
Continua siendo clave en él su vuelco hacia el expresionismo. Un fermentado expresionismo en la corporación -escenas, gestos, manos rudamente gráficas-, y otro expresionismo de contenido lírico en cuadros de opia suavidad o cotidianeidad. Entiende Linares el expresionismo como manifestación de una fuerza externa, cuya misión es plasmar su deseo de contactar con la gente a través de una comunicación con mensaje humano. No siempre ha de ser "El grito" de Munich el paradigmático vehículo expresionista. Sin este extremoso modelo se observa palmariamente, en los cuadros de Linares, una avasalladora intensidad humana. Los campesinos están vinculados a su tierra, pero también a los lienzos que quieren ser testimoniales, propulsores de esa savia rural nutridora de un mundo ancestral vivido por el pintor. Ahí están, pues, estáticos o en su faena, pero siempre convictos, los campesinos. Ahí están, así mismo, los paisajes palpitando regionalismo (pero el arte es acuménico). Como si el lienzo y el óleo le resultaran insuficientes para manifestar lo que por aquellos siente, el pintor retrata también literalmente, dice que tienen "los ojos hundidos", "las manos rudas y ásperas", "encorvada la espalda"... Personas flageladas, insertas a una tierra, a unos paisajes que Linares conoce; campesinos de rasgos goyescos, adjetivo adecuadamente aplicable a los rostros de muchas de sus figuras, en los que los ojos, la nariz o la boca dependen del acierto airado de una pincelada.
Pretende Linares no que lo fundamental sea cierto foco imantador en un lugar del cuadro, sino que el espectador se sienta atrapado por el todo del cuadro. Ello requiere el brío que Linares desarrolla en distintas polaridades: torsiones, estatismo, burla, melancolía y, siempre, vehemencia.
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